Wednesday, February 17, 2010

Las Wawas de Bolivia

Wawa es una palabra de Quechua bien usado en Bolivia para decir bebé.

En los Estados Unidos a las wawas les gusta que los paseen en sus carritos. En Bolivia, sus madres los envuelven en aguayos de colores vistosos y luego se los echan a la espalda. En la novela La Ayuda les gusta la gente robusta y en la novela Como Agua para Chocolate les gustan las cocinas y sus hornos calientitos. Cuando yo era pequeña me imagino que me gustaba que me mecieran en la mecedora azul y blanco que tenía mi mamá. Ella todavía la tiene en su cuarto y me pregunto si a veces regresa a sentarse en ella para pensar en los bebés que ha mecido o los que mecerá en el futuro. Me pregunto también si por eso Raquel, la ancianita de 90 años quien murió la semana pasada, siempre apretaba un animal de peluche a su pecho mientras se sentaba en su silla de ruedas. Mantenía a su peluche arropado en una colchita de manera que parecia un bebé pequeñito visto por detrás. Tal vez, sentada en la silla de la que ella ya no tenía forma de salir, sosteniendo aquel paño sin vida le recordaba a un tiempo en que se sentía competente, fuerte y bondadosa.



En Bolivia he visto niñas de no más de dos pies de altura cargando a sus hermanitos por la calle. Aquí los ciegos no guían a los ciegos sino que son los niños los que guían a los niños mientras sus mamás venden granadas en La Cancha, cocinan sopa de zapayo para el almuerzo ó cuelgan los calcetincitos para secarlos. Nunca he visto tantos bebés juntos en una iglesia como El Día de Reyes en nuestro barrio. A los niños se les da galletas y chocolates después de la misa, asegurándose de esa manera de que todos asistan a la celebración. El padre, recientemente ordenado, creo que en una hora de celebración, afirmó mil veces su compromiso al celibato. En Los Estados Unidos casi no dejamos a nuestros hijos fuera de nuestra vista, pero ese día el Padre David tuvo que parar en medio de la misa para exigirle a las mamás que fueran a buscar a sus wawas quienes se estaban resbalando por los bancos de la iglesia, siguiendo a los perritos del barrio que habían entrado a la capilla y nadando en la fuente bautismal.



Los bebes vienen en abundancia aquí en Bolivia y también las mujeres rollizas y sus hornos calientitos que estas criaturas impulsadas por los sentidos les gustan tanto. Pero a través de todas estas interrupciones, que a los ojos de un norteamericano puede parecer caótico, solamente he oído el llanto de un bebé tres veces. Sigo observando pero ahora he empezado tomar notas.



*los aguayos son telas de colores brillantes usado en particular llevar cosas sobre la espalda.

*La Cancha es el marcado central en Cochabamba donde se puede encontrar cualquier cosa que deseas.


In the U.S. babies like to be strolled. In Bolivia they are swaddled in a brightly colored aguayos and then slung over the backs of their mothers. In the novel The Help they like plump people and in Like Water for Chocolate they like kitchens and warm ovens the most. When I was little I imagine I liked to be rocked. In the blue and white cloth covered rocking chair my mom had. She still has it up in her room, and I wonder if she ever returns to sit there to think about the babies she has rocked or might rock in the future. I wonder if this is why 90 year old Raquel who died last weekend used to hold a stuffed animal close to her chest as she sat in her metal wheelchair. She kept its teddy bear body swaddled in a blanket so it looked like a very small baby from behind. Maybe as she sat in that chair that she now had no way out of, holding that lifeless cloth reminded her of a time when she felt competent, strong, and caring rather than cared for.


In Bolivia I’ve seen a child no more then two and a half feet high carrying her baby brother down the street. Instead of the blind leading the blind it is the babies carrying the babies, while their moms are selling pomegranate in La Cancha, preparing squash soup for lunch, or hanging little socks out to dry. I´ve never seen so many babies together in one church before the mass of Epiphany in our neighbourhood. They give out chocolate and biscotti afterwards so all the kids are sure to come. The priest, newly ordained, must have confirmed his committment to celibacy 1000 times over in that hour celebration. In the U.S. we hardly let go of our babies but Padre David had to stop mass half way through to request that mothers go find their children who were sliding off the pews, swimming in the baptismal font, and chasing after neighbourhood dogs that had found their way into the chapel.



Babies are not hard to come by here in Bolivia and neither are plump women or warm ovens that these new-to-the-world sense driven creatures love so much. But through all this, what appears to be chaos to North American eyes, I have but three times heard a baby cry. I continue to observe but now am starting to take notes.



*aguayos are brightly colored cloths used particularly to carry things over the back.

*La Cancha is the main market in Cochabamba where you can find everything from fresh fruits and vegetables to brand new University of Michigan paraphanelia.

1 comment:

  1. I love your writing and your insights! Keep up the good work!

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